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Horizonte paralelo, ensoñación y adormecimiento

Un idilio es la idealización de un estilo de vida, y constantemente encontramos esa idealización en cada una de las actividades humanas. El idilio social de un imaginario contemplado en logros, recuerdos, actitudes, propósitos, etc. Ese idilio social debe ser frecuentemente alimentado por acciones, acciones justificadas por hechos económicos, políticos, familiares e individuales. El individuo puede ser tasado, medido, pesado en virtud de ese idilio social y así mismo todo lo que con él se relaciona. Existe una simbiosis de cuerpo y entorno que por variados factores se diluye y permanece invisible ante los ojos humanos; pero esa simbiosis está construida por límites palpables, límites que han sido trasgredidos por medio de las acciones humanas.

 

Los límites constituyen el mundo que nos rodea. Son los contenedores del espacio que compartimos, de un espacio vital donde el cuerpo se proyecta física y mentalmente; pero la voluntad humana capaz de transformar el límite inamovible en borde moldeable, trasgresor natural del contenedor que lo contiene inacabando a un mundo acabado, recompone la realidad en un camino bifurcado, en dos realidades que parten desde un mismo origen, donde prevalece la incertidumbre dando cabida a la adaptación de lo antinatural. El orden natural se ha acostumbrado a las voluntades humanas, pero la costumbre derrama en normalización y la realidad es alterada en una cadencia hacia la degradación de la naturaleza.

 

En la transformación de la naturaleza la modificación de los significantes formales adquiere otro sentido; esa nueva significación de la realidad incurre en contradicciones visuales donde el horizonte como protagonista de un momento tan ambiguo se traspone y recrea un reflejo de sí mismo. Las nuevas formas de concebir el mundo contraponen las calamidades en aparente reflejo con la nueva realidad: dos líneas paralelas oscilando en quietud y movimiento semejantes, donde las visiones de la actual imagen del mundo, nuevamente, pero ahora sensible al observador, se dividen entre las necesidades humanas y las necesidades de la naturaleza. Y nos encontramos, ante un horizonte verticalizado, un horizonte de caminos bifurcados, horizontes semejantes, horizontes que contraponen y alteran la percepción de la realidad en la incertidumbre del entorno y las repetitivas constricciones desde un mismo origen.

 

En una época donde la sociedad ha creado valor canjeable de escenarios naturales en los que habita, que divierten, asombran y conmueven; donde ha desencadenado la curiosidad y monetizado los sentimientos; en una sociedad donde el consumo del turismo crea escenografías de verdades palpables y convierte naturalezas postizas en campos de juegos con vida, engalanando catástrofes con pedazos de progreso; vemos las playas de arena convertidas en playas de humanos y grandes ballenas en normalizados suicidios colectivos, en esa única verdad de un horizonte que no alcanzamos y que anhelamos tocar.

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